martes, 13 de mayo de 2008

Una opinión de Philip Larkin


Philip Larkin, eminente poeta británico, gustaba del jazz y escribía sobre él. Aquí, en un artículo de 1971, escribe sobre las voces en el jazz. Es interesante su opinión sobre el papel que le cabe a la voz, sobre lo cual podemos estar de acuerdo o no, pero es bueno leerlo.


LA VOZ COMO UN INSTRUMENTO MÁS

Hace unos años, se solía aprobar la actuación de un cantante de jazz di­ciendo que «usaba la voz como un instrumento más». Nunca me ha gusta­do esa idea. Para empezar, choca con la teoría aceptada de que la base del jazz instrumental era conseguir que el instrumento sonara como una voz, como una voz negra más concretamente, con un vibrato poderoso, una voz áspera, bronca (sic)...
En segundo lugar, me parecía un intento de devaluar la letra de una canción: si el objeto de un cantante a la hora de entonar «I love you» no era hacer que el público pensara que el cantante (o la cantante) le amaba sino jugar con las notas que se correspondían con esas palabras, algo no funcionaba en el jazz vocal. Alguien recordó, asimismo, las palabras de Lester Young, que dijo que la mejor manera de improvisar en un tema era pensar en la letra durante el solo.
Con todo, siempre ha habido un mercado para la imitación vocal de los instrumentos. Piensen si no en Lambert, en Hendricks o en Ross, y The Early Mills Brothers (Coral) recoge algunos temas de este espléndido cuar­teto de músicos negros que, la noche en que se olvidaron del kazoo, in­ventaron su propio sistema de recrear los instrumentos. No fue fruto de la casualidad, pues, que después de que alcanzaran la fama grabaran con Armstrong, Ellington, Cab Calloway y Ella Fitzgerald: sus actuaciones es­taban impregnadas de jazz. En ellas, una armónica lacónica y de sonido tenso improvisaba con el acompañamiento de una guitarra, y una falsa trompeta con sordina tocaba junto a una sección de saxos y un contrabajo y, de vez en cuando, se oía un poco de scat. Aquellos temas, «Georgia Brown», «Sweeter Than Sugar», «Some Of These Days», aún se dejan es­cuchar. El disco no aporta ninguna fecha, pero la impresión que se des­prende es que, al igual que les sucedió a los Ink Spots, el grupo se fue ha­ciendo más y más comercial con el paso del tiempo. ¿Y qué me dicen de un disco de los Spirits of Khythm?
Pero el negocio de las voces haciendo de instrumentos también sufre de saturación, como se observa en Ella & Basie (Verve), un disco en el que la voz se suma al alboroto de las trompetas. Ella abandona su estilo senti­mental para cantar los temas con una mezcla de agilidad y dureza, arropa­da por la sección de vientos de Basie en 1963. La mayoría de su scat es de la escuela de Calloway, diferente a la de Carroll, pero en «Into Each Life Some Rain Must Fall», se permite alguna que otra subida de tono que con trasta con la escasa emoción con que la orquesta pretende interpretar la partitura.
Los dos temas que más me han agradado son «Them There Eyes» y «Dream a Little Dream», tocados por pequeños combos. Sweet and Hoí (Coral), otro disco de Ella, data de 1952 a 1958 y consta de una mezcla de baladas y temas rápidos sobre un fondo orquestal algo trillado. En esta ocasión, Ella pone el acento en la letra de los temas.
El disco del mes, sin embargo, es Louis Armstrong (RCA), un puñado de temas grabados en 1959 por Louis con los Dukes of Dixieland que no vio la luz por cuestiones contractuales. En la contraportada se afirma que es «uno de los últimos ejemplos de Armstrong a la trompeta, no sólo con sus faculta­des interpretativas intactas, sino además en plena forma», y creo que es así.
Los temas son estándares («Back o' Town», «Sweethearts on Parade», «Sugar Foot Stomp», entre otros) pero reciben un tratamiento fresco y la energía de Louis impregna todo el disco. Aunque recurre en demasiadas ocasiones a su registro más agudo y casi celestial, vuelve a bajar a la tierra para tocar «Cornet Chop Suey» y «Bucket Got a Hole in It». El disco está formado por seis temas cantados por Louis y alguna que otra aportación prescindible de Frankie Assunto, cuya trompeta, por otro lado, se adapta perfectamente al concepto del disco. Me parece mucho mejor este disco que el otro que grabaron Louis y los Dukes para Audio-Fidelity.
Louis andthe GoodBook (Coral) recoge una sesión de 1958 con los All Stars y el coro y la orquesta de Sly Oliver. Los temas, espirituales en su ma­yoría, son pequeñas joyas: «Nobody Knows the Trouble Tve Seen», «Swing Low» y «Sometimes I Feel Like a Motherless Child» contienen al­gunas de las melodías más afectadas, pero Louis sabe enfrentarse a ellas cantándolas y apoyándose de vez en cuando en su trompeta, a la que pone o quita la sordina a placer. Hay fragmentos declamados de índole religio­sa que nos hacen recordar al reverendo Louis de sus primeros años. El dis­co contiene nuevas versiones de «Shadrack» y de «Jonah», aunque care­cen, a mi entender, de la frescura de las versiones de 1938.
Atmosphere for Lovers and Thieves (Polydor) es un magnífico disco de Ben Webster donde este maestro del saxo tenor toca, acompañado de una banda escandinava con la que estuvo de gira por aquellas tierras en 1965, un repertorio compuesto por baladas. Hay una preciosa versión de «Blue Light» («Transbluency») en pequeño formato aunque, en la mayoría de los temas, Ben se dedica a esbozar las melodías con un aire de indiferencia arropado por el piano de Kenny Drew.
Por último, un disco británico. Mosaics (Philips), de Graham Collier Music, es una grabación de diciembre de 1970 que podríamos definir como una orgía de libertad en la que intervienen músicos como Harry Beckett y Alan Wakeman, entre otros. «Theme 2», donde el segundo toca el saxo so­prano, es una obra maestra, y hace buena la profecía de Charles Fox, que aseguró que estaba «destinado a ser uno de los solistas más elegantes».

De All what jazz, Philip Larkin, Paidós, 2004

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