domingo, 13 de abril de 2008

Cavalli se destaca en cuarteto


Tras un camino recorrido en trío, el saxofonista Ricardo Cavalli reemprendió su carrera en cuarteto. El grupo mostró en este debut en Thelonious que mantiene intacta esa mística de combustión inmediata. Sin decir agua va, se lanzaron sobre "Yes Or No", de Wayne Shorter, a estas alturas un clásico atravesado por una serie de arreglos originales que le dan un empuje renovado. Cavalli luce en excelente forma; tras la frase se lanzó a un improvisación que fue tomando un cariz pirotécnico. El saxofonista es un músico que toca con el corazón, de ahí su llegada a cualquier auditorio. Supo sacudir la pereza del domingo a fuerza de veloces y punzantes tresillos. Al finalizar el tema, el recinto estaba más despierto que nunca; justo para un tema a medio tiempo, "Vals en Re", del pianista Guillermo Romero. El tema toma un motivo melódico de una dinámica sutil, que va tomando cuerpo compás tras compás. (por César Pradines, para La Nación. Para leer más.)

Monk, por Laurent de Wilde



Hoy le ofrecemos un fragmento de este interesante libro en el cual Laurent de Wilde nos cuenta la vida de Monk. Este pasaje nos refiere la importancia del bajista y el baterista en el jazz... ¿y saben qué? en cuanto lo leí me sentí completamente identificado con lo dicho por el autor. También en lo que se refiere al estilo de Monk, pasaje que reproduciremos más adelante... a disfrutarlo!


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Cuando miramos un protozoo a través de un microscopio parece que baila la música de un disco de James Brown a 78 revoluciones. Yen cuanto a los cilios vibrátiles del paramecio, recuerdo que en clase de ciencias naturales no podía evitar imaginarme en la punta de cada uno de ellos un címbalo minúsculo o un tambor, tocando también una música micros­cópica. ¡Qué orquesta! ¡Sería impresionante! Y el hombre, ¿cómo es concebido? Con ritmo, ¡con el de los resortes de un somier! Con ritmo, cuando se expulsa el feto del vientre de la madre tras las contracciones regulares, con ritmo durante las primeras experiencias del sueño, de la alimentación, ¡con ritmo, con ritmo! Reducidos, prolongados, más breves, incluso algunos que duran una milésima de segundo, otros más largos que duran diez años, otros que se cruzan y se responden, los que obstaculizan el giro de las ruedas u otros que te hinchan como un globo. Estos ritmos no los escogemos, al igual que no escogemos el día de nuestro nacimiento, porque uno no pue­de avanzarse al ritmo. Así que, efectivamente, gloria para aque­llos manilas talentosos que saben ordenar este ritmo, que lo hacen girar sobre sí mismo, que lo enrollan, lo desvían, lo do­mestican y lo introducen en su pequeña caja de música, como hacían antaño los hombres primitivos con el fuego.
He aquí por qué el bajista y el baterista son tan importantes. ¡Se merecen corona, traje púrpura, incienso y joyas! ¡El respe­to que se les debe! ¡Temor, respeto reverencial incluso! Un poco de mala fe de su parte y la noche se va al traste, se echa todo a perder. Con un saxofonista nulo, un piano desafinado, nos las arreglaremos, aunque nos obstaculice un poco, pero no significa que la ceremonia se vaya al traste. En cambio, cuando un baterista o un bajista no saben hacer su trabajo, se desmorona el edificio entero. No solemos prestar atención a estas dos figuras, con la excusa de que tocan todo el rato. Nos acostumbramos a ellos, forman parte del mobiliario. De vez en cuando, el resto de la orquesta deja de tocar y descubrimos, no sin sorpresa, que el bajista tiene tal vez un alma y que el bateris­ta es capaz de sutilezas. Pero por poco que sea, uno u otro dejan de tocar, y se produce la caída libre. ¡Irrevocable! Además, basta con ver la expresión de angustia de los miembros de la orquesta cuando el bajista llega tarde al concierto: sin él, hay que cancelar. El trompetista puede haber perdido los dientes y el pianista el movimiento de su mano derecha. Son sólo gajes del oficio, podemos continuar sin ellos. Pero ¿sin bajista? Olvi­démoslo. Y lo saben, los muy cerdos, no podemos reprochárse­lo, es como reprocharle al sol que se levante por la mañana, es así y punto. Tienen en sus manos el poder de la gravedad: no hay nadie por debajo del bajista, por tanto, él es quien debe obligatoriamente llevar la razón. Si toca una nota falsa, pues bien, suena como si el pianista se hubiese equivocado. Son las leyes del oído humano: oímos de abajo arriba, hay que empe­zar a acostumbrarse: el bajista siempre tiene razón, y no se hable más.
En cuanto al baterista, lo mismo: junto al bajista, es él quien asienta, quien amplifica el tiempo. El bajista hace un bosquejo del tiempo, una simple pulsación primordial, y el baterista lo dibuja con tinta china. Precisión cristalina del plato. Los comentarios densos y sagaces de la caja y del bombo. Relieves, contornos, sobreentendidos, puertas que se abren y se cierran en un temblor de parche. Y si el baterista decide tocar «Summertime» en tango, no podemos hacer más que seguir adelan­te, porque podremos siempre maldecirlo después del concier­to, pero en el momento hay que secundarlo. Es la figura del gafe pero al revés: cuando no lo seguimos es cuando empiezan los problemas... El bajo y la batería son los instrumentos de la orquesta que nos mantienen en contacto con la belleza anti­gua del ritmo: la cuerda de tripas que pulsamos, el parche de los tambores que azotamos, no hay nada más carnal ni más ani­mal que esto.
Imaginemos una cabra: tenemos las tripas para hacer las cuerdas, la piel para los tambores, los huesos son baquetas bas­tante aceptables, y nos comemos el resto con el sentimiento de no haber perdido la jornada. ¡Una orquesta de cuatro patas! En cambio, los demás instrumentos ya son asunto de ingenie­ría. ¿Cuántas piezas en la maquinaria de un piano? ¿Cuántos codos entre la embocadura y el pabellón de la trompeta? Y las llaves del saxofón, ¿cómo funcionan todos estos tapones? Difí­cil de decir. Pero un bajo o una batería, hasta un niño de tres años sabe perfectamente cómo funcionan. Se cogen las baque­tas, se tensa el parche, se golpea, empieza la música. Hace ya mucho tiempo que andan en la música, este par, y estamos tan acostumbrados averíos desde el principio de los tiempos..., tanto es así que ya no nos fijamos en ellos, son uña y carne. En bebop, se encuentran solos ante el peligro. Adiós a los cálidos acordes de la guitarra que despejan el camino al bajista y alige­ran la vía al baterista.
Estos dos pesos pesados es necesario que se entiendan. Si se enfrentan el uno contra el otro, la cosa no funciona. Tienen que estar uno dentro del otro para que la música funcione, y esto no ocurre necesariamente todos los días. Es una experien­cia zen. Uno crea el rojo, el otro el amarillo y, juntos, forman un gama bella y sagrada de color naranja. Los grados de color están prohibidos; ni sombras a medias, ni mechas de amarillo ni ligeras manchitas de goteo. Una buena sección rítmica es una gama pura color naranja, suave y homogénea. Debería funcionar de una manera perfectamente fluida, el tiempo es como un río cuyo caudal controlan el bajista y el baterista al litro. Uno en cada orilla, los barqueros del tiempo. Y luego, el piano. Irrumpió hace poco en la música como una maquinaria compleja, una pesadilla compleja de politécnico. La orquesta bajo los dedos. Instrumento de percusión, melódico, armónico, el rey de la jungla. Una invención diabólica que se permite prescindir de los otros instrumentos. De comprenderlos, de engullirlos, de explicarles quién hace el qué. el intelectual de la familia, el que imparte lecciones. El mueble, también. Martillos, pedales, apagadores, madera, hierro colado, cuero, acero, muelles, fieltro, tornillos, marfil. Una verdadera mole. El único instrumento cuyo usuario no afina él mismo. El piano da de comer a los transportes de mudanzas, a los afinadores y a los pianistas. Una familia para él solo. Un instrumento noble, complejo, imponente.
Ha tardado tiempo en incorporarse al bajo y a la batería. Empezó al margen de todos, desviándose del repertorio clási­co del que había nacido. Cuando se trataba de expresar un ritmo y una armonía estable y bailable, recurría al procedi­miento desbrozado por los pianistas románticos, que se convir­tió más tarde en el estilo stride. Pero en la época de Monk todo esto había cambiado. Empezaba a imponerse un nuevo sonido de jazz. De entrada con Basie, que simplificaba la expresión del ritmo hasta su quintaesencia y colocaba el piano con toda libertad por debajo de esta alfombra mullida: ahora está com­probado que es posible hacer más swing con menos notas, dejándole todo el trabajo al bajo, a la batería y a la guitarra. Y después los boppers exigieron proezas al piano propulsando la música hacia nuevas cumbres.
Un pianista moderno tiene, por tanto, una relación espe­cial con «su» baterista o «su» bajista. Porque su instrumento lleva martillos, y ello lo acerca a la batería, y como tiene cuer­das, lo acerca al bajo. Su lugar en la sección rítmica queda, por consiguiente, más desapegado, más ambiguo que el de sus colegas, el bajista y el baterista. Si le apetece, dejará de tocar durante algunos compases y le confiará al contrabajo la tarea de definir la armonía y a la batería el ritmo. Sugerirá nuevas direcciones armónicas, le pisará los talones al solista y se aleja­rá unos instantes después. Ahora contigo, ahora sin ti. O bien abre, o cierra. Está presente en el ritmo, de repente no lo está. Nada que ver con los otros dos que expresan constantemente la pulsación mediante el brazo o las piernas: un pianista no tiene la posibilidad de dejar que su cuerpo hable para expre­sar el tiempo. Basta con mirar su pie, él sólo deja correr este fluido. Y en cuanto a las manos, con la palma de la mano, que no son más que cinco centímetros cuadrados de piel, excita un mueble de quinientos kilos. Un combate desigual... (continuará)

lunes, 7 de abril de 2008

Jazz en la 96.5

Seguimos con nuestra programación habitual en la FM Cenit. Nuestra idea es ahora hacer tres días de radio y uno por mes en el Galliani. El último programa estuvo dedicado a la guitarra, donde escuchamos a Django Reinhardt, Muddy Waters, John Scofield, Pat Metheny, and more. Con comentarios de Pablo Censi y Goly Marconi y los aportes de Mario Buezas, trayendo la historia del jazz. Seguiremos disfrutando del sinnúmero de grabaciones que posee la discoteca del jazz, con grabaciones antiguas y nuevas, para el disfrute de los oyentes. No lo olviden: Jazz en el Cenit estará el viernes 18 de abril, mientras que el 11 de abril tendremos la segunda parte del guitarrista gitano-francés Birélli Lagrène & friends en su concierto de Vienna 2002. no se lo pierdan. Agur!

lunes, 25 de febrero de 2008

Jazz en el Cenit... 96.5 FM

Y si amigos, como existe Jazz en el Galliani (qué ahora se hará cada quince días), comenzamos un nuevo programa de radio en la 96.5 FM Cenit. Viernes por medio, cuando no coincida con Jazz en el Galliani, haremos Jazz en el Cenit. Comenzamos el viernes29 de febrero a las 22:00. Un programa de dos horas de duración con lo mejor (bah, seamos sinceros, lo que nos gusta y lo que a nuestros amigos les gusta) del jazz. Acompañando a Dr. Jazz estarán Victor Hugo Marconi, y el Colo Censi con su sección de jazz nacional. Monk, Mingus, Davis, Rubalcaba, Peterson, Hubbard, Hancock, Hamilton & more. Dos horas a puro jazz y reseñando la historia y el presente de esta música.

jueves, 21 de febrero de 2008

Alrededor de la medianoche, la película



Acabo de ver la película de Tavernier. Me gustó mucho, muy bien puesta, muybuena (excelente) banda sonora, y la increíble actuación de Dexter Gordon, de Cluzet, de Martin Scorsese... Os la recomiendo enfáticamente. Muestra la crudeza de la vida rutinaria de un genio del jazz, que brilla y perdura en la hora, hora y media de espectáculo y que luego debe cargar con su vida miserable a cuestas. Con sus vicios, con sus debilidades, a merced de lo peor (y de lo mejor) de lo humano. Basada esencialmente en la vida de Bud Powell y de Lester Young. Veanla, no se arrepentirán... Au revoir!

sábado, 3 de noviembre de 2007

Memorias del Jazz: Miles Davis y el quinteto

Aquí ofrecemos las memorias de Miles Davis, quién escribe sobre su quinteto de la década del '60, formado por Wayne Shorter, Ron Carter, Tony Williams y Herbie Hancock.

"Yo sabía que Wayne Shorter, Herbie Hancock, Ron Carter y Tony Williams era excelentes músicos y que trabajarían como grupo, como unidad musical. Tener una buena banda exige sacrificio y compromiso por parte de todos; sin estas cosas, nada se consigue. Yo pensaba que ellos podían hacerlo. Si reúnes a las personas adecuadas para que toquen la música adecua­da en el momento adecuado, tendrás la gran parida; no necesitas más.
En aquella banda yo era la inspiración, digamos que la sapiencia y el nexo de unión entre todos. Tony era el fuego, la chispa creativa; Wayne era el hombre de las ideas, el conceptualizador de una gran cantidad de ideas musicales que llevamos a la práctica, y Ron y Herbie eran el soporte. Yo era únicamente el líder que lo cohesionaba todo. Aquellos músicos eran jóvenes y, aunque aprendían cosas de mí, yo también aprendía de ellos, concretamente sobre el nuevo estilo, el libre, la free thing. Porque para ser y seguir siendo un buen músico debes estar abierto a todas las novedades, a todo lo que ocurre en cada momento. Has de ser capaz de absorberlo si quieres continuar ampliando y comu­nicando tu música. La creatividad y el genio en cual­quier género de creación artística nada saben de la edad; o los posees o no los posees, y envejecer no va a ayudarte a conseguirlos. Comprendí que teníamos que hacer algo diferente: sabía bien que estaba tocando con unos músicos jóvenes de excelente calidad, cuyos de­dos se movían ya con otro pulso.
En sus inicios, Wayne fue conocido como cultiva­dor del estilo libre, pero tras haber tocado con Art Blakey durante varios años, y siendo el director musi­cal de su banda, había en cierto modo retrocedido. Deseaba tocar más libre de lo que en la banda de Art podía, aunque por otra parte no quería llegar a la ex­centricidad. Wayne siempre ha sido el tipo que experi­menta con formas, no el que lo hace prescindiendo de ellas. Por esta razón pensé que sería perfecto para el objetivo que con mi música quería alcanzar.
Wayne era la única persona, entre las que entonces conocía, que escribía más o menos como había escrito Bird. La única. Me refiero a la manera en que indicaba el tempo. Lucky Thompson solía oírnos, y exclamaba: «¡Maldición, qué bien escribe música ese chico!» Cuando se incorporó a la banda empezó a progresar mucho más y mucho más deprisa, porque Wayne es un auténtico compositor. Escribe partituras, escribe las particellas que a cada uno le corresponden, exacta­mente como quiere que suenen. Trabajó siempre así, excepto cuando yo cambiaba algunas cosas. Por lo ge­neral no confía en las interpretaciones que a su música dan los demás, así que entregaba la partitura completa y cada cual copiaba de ella particellas; es decir, no partíamos de la melodía y los cambios para montar cada uno la música por las buenas.Wayne aportó también una especie de curiosidad respecto a trabajar conforme a las reglas musicales. Si éstas no le servían, las rompía, pero sin perder el sentido musical: su idea era que, en música, la libertad consistía en conocer las reglas para adecuarlas a tu satisfacción y a tu gusto. Wayne estaba siempre en las alturas, en su plano personal, girando en torno a su propio planeta. El resto de los componentes de la banda caminábamos con los pies sobre la tierra. En la banda de Art Blakey no había podido hacerlo que hizo en la mía, donde día a día parecía que le veía florecer como compositor. Por esto digo que actuó como catalizador musical intelectual de todos nosotros en los arreglos que de sus composicio­nes grabamos. (continuará)

viernes, 2 de noviembre de 2007

Chet Baker en el Galliani

Baker, Chet Baker. El icónico trompetista de jazz de la Costa Oeste. Con ese peculiar parecido a James Dean, el grandísimo Chet sedujo a muchos con su música y con su pinta. Dejó páginas imborrables de su estilo en el famoso cuarteto de Gerry Mulligan, formando parte de esa recordada línea de vientos. En este caso veremos y escucharemos dos conciertos en Europa. El primero realizado para la televisión belga, y el otro quince años después, en Noruega, con un Chet por cuyo rostro había pasado el tiempo, la droga y una que otra gresca. Bueno amigos, esto es jazz, viernes de jazz. Los esperamos en el Galliani, este viernes 2 de noviembre.